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José María, Roberto y Nicanor

José María, Roberto y Nicanor

Publicado el 03/09/2014
En su habitual columna "Deslizamientos", Álvaro Bisama nos trae esta vez la imagen de una amistad mirada desde los ojos de un enfermo sentenciado. La amistad de José María Arguedas, Nicanor y Roberto Parra en "El zorro de arriba y el zorro de abajo".

JOSÉ MARÍA, ROBERTO Y NICANOR


por Alvaro Bisama

Anotó el escritor peruano José María Arguedas (1911-1969) en las primeras páginas de "El zorro de arriba y el zorro de abajo" (1971), su novela póstuma: "Creo que de puro enfermo del ánimo estoy hablando con 'audacia'. Y no porque suponga que estas hojas se publicarán sólo después que me haya ahorcado o me haya destapado el cráneo de un tiro, cosas que, sinceramente creo aún que tendré que hacer. Puede también que me cure aquí, en Santiago".

Lo anterior es un fragmento de su diario, que corresponde al año de 1968, y es parte de la novela y se intercala con la ficción. Arguedas no está bien. No da más. Ha tratado de salir adelante: ha viajado, ha hecho terapia, ha escrito. Pero se está yendo al diablo. El diario/novela registra ese desplome. Mientras, el boom eclosiona y triunfa, luciendo como una especie de horizonte luminoso de la literatura latinoamericana. Pero Arguedas desconfía de sus oropeles: "Así es. Carlos Fuentes es mucho artificio, como sus ademanes. De Cortázar sólo he leído cuentos. Me asustaron las instrucciones que pone para leer Rayuela. Quedé, pues, merecidamente eliminado, por el momento, de entrar en ese palacio (...) Perdónenme los amigos de Fuentes, entre ellos Mario Vargas Llosa y este Cortázar que aguijonea con su 'genialidad', con sus solemnes convicciones de que mejor se entiende la esencia de lo nacional desde las altas esferas de lo supranacional".

Al lado de la bilis de todas estas reflexiones, está el recuerdo que Arguedas tiene de Nicanor y Roberto Parra. Los ha conocido antes a los dos, el 62. Anota: "Pienso en este momento en Nicanor Parra, ¡cuánta sabiduría, cuánta ternura y escepticismo y una fuerte coraza de protección que deja entrar todo pero filtrando, y una especie no de vanidad sino de herida abierta para las opiniones negativas de su obra! ¡Qué modo increíble de ponerse amargo e iracundo por esas cosas! En la ciudad, amigos, en la ciudad yo no he querido creo que a nadie más que a Nicanor ni me he extraviado más de alguien que de él. Pero, ¿por qué tengo que decir estas cosas de Nicanor? Mucha ciudad tenía adentro o tiene adentro ese caballero tan mezclado y nacido en pueblo, el más inteligente de cuantos he conocido en las ciudades".

Dice, de Roberto: "mi trato con Roberto era todo por el lado bueno. Dispensen que diga que este Roberto se había atacado para siempre de ternura en cientos de los más pobres prostíbulos de Chile donde cantaba y tocaba guitarra, mientras que yo me hice igual a él en los ayllus de Ayacucho, entre las indias que sufrían y cantaban como picaflores que van al sol, lo beben y vuelven. En el mismo cuarto dormíamos, Roberto y yo, en casa de Nicanor en La Reina, cuando vine enfermo en 1962".

Gracias a apuntes como estos, Arguedas va trazando un retrato íntimo de Nicanor y Roberto Parra. De este modo, en el libro, que está lleno de reproches y desconsuelo ante el boom y el destino de la literatura latinoamericana ("la última vez que vi a Carlos Fuentes, lo encontré escribiendo como a un albañil"), los Parra aparecen como poseedores de una sabiduría hecha en la calle, forjada en la noche. En las imágenes que Arguedas (que es alguien que se sabe condenado, que camina hacia la muerte de modo inexorable) rescata de ellos, los percibe a ambos como luminosos y cercanos. En el racconto de su diario terminal, aparecen reales, quizás felices. Anota: "Qué estupenda era la vida con Nicanor y Roberto Parra! ¡Cómo han bebido el jugo, tan distintos y diversos jugos del mundo, estos hermanos!".

Por supuesto, es imposible no preguntarse dónde está la crónica de esa amistad, la novela sobre esa relación. Esa novela, por supuesto, no se ha escrito pero en ella dos hombres se internan en la noche, pierden la conciencia, tratan de llegar al día siguiente, habitan en un tiempo continuo y alucinado que no admite pausas, que no separa el día de la noche, las borracheras de la sobriedad, el amor del odio. Anota Arguedas: "Charlaba con Roberto en un estado de confianza, amigos, que es una de las formas más raras de ser feliz. Me contaba cosas de los prostíbulos y yo, cuentos de animales y condenados, que es mi fuerte. Roberto se emborracha hasta la agonía; yo me enfermo de la soledad e ilusión quizá patológicas, y 'por puro gusto' (...) Pero algo nos hicieron cuando más indefensos éramos; yo recuerdo muchas cosas, pero dicen que más peligrosas son aquellas de las que no nos acordamos".

Por lo mismo, tiene sentido recordar a Arguedas a un par de días del centésimo cumpleaños de Nicanor, y a unos cuantos meses de que Ediciones Tácitas publicó "Vida pasión y muerte de Violeta Parra", la colección de cuadernos donde Roberto Parra trató una y otra vez de escribir la biografía de su fallecida hermana y fracasó una y otra vez. En ese contexto, los diarios de Arguedas planean sobre la intimidad, volviéndose esenciales, a pesar de que los hermanos de Violeta Parra son actores secundarios del drama de su hundimiento emocional. Ahí, los Parra aparecen casi al azar pero representan el contacto íntimo con alguna clase de verdad o identidad profunda, de algo que percibe cada vez más ausente de sus contemporáneos. Anota Arguedas sobre Roberto Parra, en una parábola opaca que también es un retrato, porque Roberto es alguien que "cantaba con otro tipo de soledad, aunque algo parecida; rasgaba la guitarra en cuecas como desesperadas, de alegría más ansiada que disfrutada. Por eso fuimos tan amigos en La Reina. Me hablaba de un amigo suyo que se había quedado sentado sobre una piedra, con el ojo todo colorado, esperando".